"... este canto me parece heredado de los indígenas, porque lo he oído en una fiesta de los indios de Copiapó en celebración de la Candelaria, y como canto religioso debe ser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españoles argentinos. La vidalita es el metro popular en que se cantan los asuntos del día, las canciones guerreras; el gaucho compone el verso que canta y lo populariza por la asociación que su canto exige..."
Domingo Faustino Sarmiento
Pachamama
sema (1)
Ella es fea. Nunca ha entrado a una peluquería.
Le basta una cinta para sujetar el pelo.
Le basta para que sonría una mirada.
Llega cansada del potrero. Usa alpargatas.
Me invita a un mediodía de legumbres.
La dejo con un beso acodada en la ventana:
a lo lejos levanta su mano áspera y pura.
Me voy recordando lo ancho de su lenguaje,
cuando habla de la generosidad de la tierra.
Reprocha algo de ternura para su hijo muerto.
V
Tican tamsi cielo stansi santificado chema izcu charcer chema alu acs koytans levardice. Señor volunta tansiac koytansy cielo sacuna ctanta acsa viñayapun acsacanálo anjapia acperdona as deuma chancosinys acperdona acsetunas andejacháculo colcoma en tentación aca líbrame Señor hualchas unic, amén.
Padre Nuestro,
Lengua Cunza;
Sacerdote Anónimo.
LO QUE LA TIERRA
ECHA A VOLAR EN PÁJAROS
4
Los montes de Copiapó
son los rebaños pastando
entre el cielo y la memoria.
Las casas hincadas
en la oración matutina
son interrumpidas por "la máquina
de follar" saliendo de la taberna: encendida
y trasnochada en ojos de los asnos.
Las nubes flotan y resuenan dolorosas
en el alambre de púas tendido en los patios.
Todavía viene el tren de Caldera
con su traje de jote ceremonioso:
cortando el sembradío y la siesta,
y arriba como animal cansado
a la memoria. De esa Estación, sale
un niño que espera a su madre:
tierna pasa, desciende
con las manos gastadas,
como arado de madera:
organiza la mesa, lava el rostro
a los pepinos dormidos sobre el hambre.
Amanece mugiendo en Copiapó:
los montes vuelven a rebuznar
entre la leche vinagre de las nubes
y las flautas de los promeseros más viejos.
6
Oí.
Oí-oí.
Oí-oí-oí.
¡Oigo!
Ése amarillea
pastando, mugiendo, enlunado girando
con la piel aguada de las nubes.
Oigo
a ésas: girasolas viudas
amamantando totorales
en la tierra: en caverna del sol.
Oigo
girasoles mustios y devotos,
ensillados en medio de los arenales,
en naranjados como bala devorando al viento;
obreros de las minas, quietos en el desgarro de la muerte
cuando el comandante Popolgallo pasa en su zaino constitucionalista,
cuando el comandante Popolgallo pasa como ciclón por un pequeño amado pueblo,
cuando el comandante Popolgallo pasa tantos años después por la astronómica de un niño.
Oigo. Oigo. Oigo.
Me llama en cabalgada la tierra,
como la casa del cielo a los pájaros carpinteros.
9
Todo Copiapó en la mazorca:
sol en el vientre, sol cúprico
en la 1 con hambre y lontananza,
sol en la mesa con mis hermanos
esperando los augurios del jote, sol
en la 2 sin más remedio que el espanto.
Por allí apareció la nube,
como la isla en el cielo.
Y en ella me fui a una niebla
que me dio potreros de zorzales.
Volteado me quedé debajo de la 3,
adentro de su vasija funeraria de greda,
y ya no llovió sol sino agua de cardos.
Y volví a ser cactáceo copiapoa
sobre la piedra del mundo.
14
Mi taita
reúne a su tropa
y cuenta las monedas
para conseguir la alfalfa.
Los hijos, en torno a la mesa,
le contamos, en silencio,
las lágrimas del cielo
c
a
y
e
n
do
sobre
los platos.
15
Me refugio en tu monte,
como niño huérfano frente a los astros,
o aquel de La Edad de la Ira de Guayasamín.
Y cuando el sol relincha arriba de los cogollos,
aleteo como el Cristo de Elqui en sábanas de tu pubis
y leo boleros que dejan los tordos en hojas del bosque.
Me dice la Mistral: "la cordillera no necesita sombrero."
Me envuelvo en tus faldeos: enhebro mi osamenta en ti;
no así el Reichstag sino un satélite en la casa de Asterión,
sino una lavandera inclinada en el overol tiznado de la nube.
Y cuando Copiapó resuella mansamente me baño en tu ombligo,
así el alba al día o la fruta al árbol o la boca a tus olas oscuras.
Desde el acordeón del viento inflamo carbones de tus pezones
y me sitúo como cordero magallánico en nylon de las pampas.
Siéntate, le dije, Llano triste: tus nietos están sepultando
a la revolución cartesiana: "Adiós a la bandera roja."
Del cielo me veo: soy una sola cordillera contigo,
con tus tesoros donde cantan nuestros dientes,
como el sábado de campanas en la catedral
de la Candelaria. Y vuelvo a tu set fílmico
así un trompo ronroneando en álbum sepia,
así Andrómeda adueñada del flash nocturno.
Y cuando el chonchón se duerma en tu piel;
trasquilado por la araña de Doña Bárbara,
me vuelvo greda en tu regazo: me hago
vasija en tu vientre; pulpa y palomo.
Me crecen raíces y salgo al aire
desde tu cuerpo: de esa luz
alimentamos al mundo.
17
Benito Tapia
Buscamos tus vértebras/banalmente
en el huerto de los "héroes y tumbas,"
porque no fueron magnolias lo que voló
ese septiembre,
sino sangre/huesos y carne/sangre/desgarros
y duelo/sangre.
De ti, de ti, de ti, de ti, de ti, de ti sólo
nos quedó un ramo de días en el pecho.
¿Cuántos ángeles tiene tu pena?
¿Cuántos buitres tiene nuestro olvido?
¿Cuántas lenguas tiene vuestra memoria?
También se nos vio en ti:
pepino, aguatero del Limarí
cúprico-algarrobo del El Salvador:
charco-sanguíneo donde llueve la Viuda,
cuesco de chañar en el charco alojado del desierto,
de Atacama charco adentro del cerebro de las viejas
leyendas.
No hallaron tus huesitos,
para desaparecerte nuevamente,
para acunarte en el cadáver de la mar,
como alma gobernada por una estrella.
¡Encuéntranos, tú, hermano;
cuando en el hueso de la memoria
madurando se abra el viento!
Pero, tú, ya cántaro
en la lengua del pájaro,
como la leche cocida hostea
en los patios al Chonchón;
soplas, ay, sí,
soplplas ay, sí,
soplplplas ay, sí,
desde que te trajeron a la eternidad ese 11:
del chucho en los dientes y del tableteo en las fosas.
Muévenos, más que cañas en el estero;
¡muévenos! para que en todas tus muertes
- viejas y recientes - nuevamente se levante la vida.
42
Arte poética
Cómo quieres,
cómo quieres,
cómo quieres que en ti vuelva,
si cuando desnudaste la cama
sólo encontré tu cadáver.
49
Terra Australis Incógnita
Atravesando
el "mar tenebroso,"
el Señor Almirante,
Cristóforo Colombo,
se posó en mi amada
y nos "I'elargisseur du monde."
Nuestro Dios:
se volvió apenas el sol.
En ese pueblo
de indios austros,
nos enteramos del novus horizonte,
así el helicóptero
en "Los zarpazos del Puma."
Este jote
siempre regresa
donde fue dichoso.
Breve Reseña
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