ÁFRICA
La vasija
ahora hecha añicos
su contenido
derramado
como vino de palma
a través de las regiones
del mundo
En la ciudad en ruinas: un poema para Monrovia
En la Ciudad en Ruinas, el agua en suaves ondas
golpea la playa en la noche.
Es agosto, después de demasiados años,
la lluvia aún cae como piedras.
El Atlántico siempre sabe cuándo es tiempo de dormir,
pero todas las muchachas deambulan noches oscuras
y los hombres han olvidado que todavía son hombres.
Monrovia ha perdido su nombre.
El océano ruge como un incendio salvaje.
Ruge al amanecer como un león hambriento,
como un torbellino de viento.
En la ciudad en ruinas, todas las muchachas
tienen piernas hechas de armas plásticas,
y los muchachos fingen que está bien
que las una vez muy bellas muchachas
caminen ahora sobre piernas de plástico.
Hay poco tiempo para las lágrimas,
y el mundo calla.
Ya no existen trompetas ni tambores.
El bailarín de Dorklor que perdió sus piernas
en la guerra, está sentado a la vera del camino, aguardando.
Ya es algo perder tus piernas en una guerra, dicen,
la horrible guerra de Charles Taylor,
en la que el guerrero ya no puede recordar
cuál es el motivo por el que está luchando.
Los hombres han olvidado su condición de hombres,
y las mujeres se sientan en los bordes de los caminos
pensando en lo que le ha sucedido a esta tierra.
Si aquellos que están afuera no regresan,
Liberia se ahogará en estas lluvias.
Del otro lado de mi ventana, en el viejo camino de Sinkor
la lluvia golpea con fuerza para que yo regrese.
Sólo la lluvia sabe cómo llorar.
buscando a mi familia
“Buen amigo, por favor ayúdame.
¿Cuando vivías en Kataka
no habrás visto a dos niños?
Uno de ellos de piel oscura, regordete.
El otro de tez más clara y ojos negros.
¿Mi buen amigo,
no los habrás visto cuando vivías en Ganta?
Uno tendría alrededor de diez años
el otro, aproximadamente esta altura.
Mi hijo mayor, Nyema, el menor Doeteh.
¿Mi buen amigo podrías decirme
si se dirigieron a Tapeta?
¿Les entregaron fusiles, habrán matado?
¿Mi buen amigo, podrías decirme
si caminaron hacia Bassa?
¿Habrán muerto de hambre?
¿Mi buen amigo, podrías informarme
si a su lado caminaba una madre?
¿Estaba ella en buena salud, recibió buen trato?
¿Ah, entonces, mi buen amigo, fue allí
donde los obligaron a salirse de la columna?
¿Buen amigo tenían hambre
cuando se enfrentaron a su fin?
Ahora, mi buen amigo podré seguir sus pasos
y envolver sus huesos.
Gracias, mi buen amigo.
¿Pero cómo haré para reconocer sus huesos?”
LA TORMENTA
A las víctimas de la guerra civil en Liberia
Me encorvé,
agachándome.
Di un paso al costado.
Gateé
como un cangrejo.
Caracoleando
me introduje en una concha.
Me oculté, una sanguijuela
debajo de una hoja verde.
Dejé de hablar
dejé de respirar
dejé de reír.
Esperé
Que pasara la tormenta.
Medellín, 2007
Un poema para la Colombia de Fernando.
Medellín, oh, Medellín…
por Dios, quisiera poder sacarme el corazón por ti
pero ¿cómo cantarte esta canción sin un corazón?
Tú, con tanto corazón para el amor y la poesía,
para la esperanza en los ojos de la chiquilla
que, con un pedazo de papel blanco, quiere que le diga
una palabra, que lo autografíe para ella, que le escriba
a su nombre. Me dice con esa sonrisa insólita
cuanto le gustan mis poemas, pero sólo tiene 8 años.
Ella y Carlos, su hermano de cinco años, con
quien se ha abierto camino entre miles para llegar a mí.
Medellín, oh, Medellín…
donde bajamos desde la montaña
hasta el tazón de una ciudad, hasta el profundo corazón de una ciudad
tan cálida, una ciudad donde la gente aún sonríe
y aplaude a un poema, y llora por la guerra, una ciudad
en la que casas de concreto sostienen los cerros con músculos
de acero, músculos de dolor, y en algún lugar de los caminos
al paso del bus que viene del aeropuerto, los pobres han
levantado sus propias vidas tan tristemente, esperando,
y aun así, divisan la ciudad anhelantes.
Desde el filo agudo de los riscos y desde vías secundarias
las luces y llamas ardientes de la ciudad, duras
e indistinguibles de las llamas de la rabia.
Pero la de ellos se debe al dolor por los años idos.
Medellín, oh, Medellín…
la espera puede ser tan dura, Medellín.
Y te amo con el corazón. Amo tu risa,
tus tibios abrazos y besos, tu español, tan sencillamente
simple y cálido. Amo incluso las lágrimas que
has compartido conmigo, cuando un poema que leo
te toca en ese lugar a donde sólo un poema puede ir.
En el Festival Internacional de Poesía, te sientas ahí,
en el ágora de tu cerro, aplaudiendo, miles de personas,
sentadas, pensando, escuchando, esperanzadas,
Medellín, nunca antes había visto algo así.
miles de personas sentadas durante largas horas
en una lectura de poesía, Medellín…
Esperamos ese día, Medellín, lo esperamos.
Confía en mí, yo sé esperar, y sé que tú también.
Traducido por Ricardo Gómez
BREVE RESEÑA:
Patricia Jabbeh Wesley nació en Maryland County, Liberia, el 7 de agosto de 1955. Poeta, ensayista, editora, profesora universitaria y activista política que ha centrado su atención sobre la situación de los refugiados de guerra en su país. En 1990, con el estallido de la guerra civil, tuvo que abandonar su hogar junto a su esposo e hijos y trasladarse a territorio controlado por el comandante del Frente Nacional Patriótico de Liberia, Charles Taylor. En esos meses pudo testimoniar la muerte y la destrucción producida por la guerra. Habiendo perdido en la contienda a muchos integrantes de su familia y gran parte de sus posesiones, decidió emigrar a Norteamérica. Allí se dedicó, a través de lecturas de poesías, charlas y conferencias, a difundir lo que sucedía en su país y a trabajar por la paz. Es la autora de Before the Palm Could Bloom: Poems of Africa, 1998, -que relata sus experiencias durante la guerra civil- y Becoming Ebony, 2002. Su poesía narra la historia de aquellos que no pueden hacerlo y lo hace utilizando un lenguaje cotidiano. “… Mi poesía ha sido forjada por mis propias experiencias de vida: las dificultades usuales de todo niño en el África y posteriormente el horror de la guerra civil. Mi intención es dejarle al mundo mi testimonio del sufrimiento del pueblo liberiano, particularmente el de las mujeres y niños que fueron brutalizados en el transcurso de la guerra. Intercalados entre estos poemas están aquellos en los que narro mi infancia, una etapa feliz de mi vida, previa a la guerra civil, y los textos de mi experiencia como madre y esposa y de la crianza de mis hijos en el exilio alejados de su cultura y parientes. En mi poesía indago en mi propia circunstancia de poeta que hace quince años vive en el exilio y de lo que significa vivir alejada de mi cultura y país y del temor de su pérdida. Yo amo a mi país y por lo tanto me propongo narrar la historia del sufrimiento de mi pueblo. Creo que el mundo debiera detenerse hasta tanto pongamos fin a las injusticias, la guerra y los genocidios. Las imágenes que utilizo en mi trabajo provienen de mi cultura oral africana. Y, como poeta, busco el detalle vívido para que todos aquellos que me lean o escuchen puedan conectarse con aquello que deseo narrar. Creo que un poeta es un testigo de lo que sucede en nuestro planeta y su deber es dejar testimonio de ello…”
La vasija
ahora hecha añicos
su contenido
derramado
como vino de palma
a través de las regiones
del mundo
En la ciudad en ruinas: un poema para Monrovia
En la Ciudad en Ruinas, el agua en suaves ondas
golpea la playa en la noche.
Es agosto, después de demasiados años,
la lluvia aún cae como piedras.
El Atlántico siempre sabe cuándo es tiempo de dormir,
pero todas las muchachas deambulan noches oscuras
y los hombres han olvidado que todavía son hombres.
Monrovia ha perdido su nombre.
El océano ruge como un incendio salvaje.
Ruge al amanecer como un león hambriento,
como un torbellino de viento.
En la ciudad en ruinas, todas las muchachas
tienen piernas hechas de armas plásticas,
y los muchachos fingen que está bien
que las una vez muy bellas muchachas
caminen ahora sobre piernas de plástico.
Hay poco tiempo para las lágrimas,
y el mundo calla.
Ya no existen trompetas ni tambores.
El bailarín de Dorklor que perdió sus piernas
en la guerra, está sentado a la vera del camino, aguardando.
Ya es algo perder tus piernas en una guerra, dicen,
la horrible guerra de Charles Taylor,
en la que el guerrero ya no puede recordar
cuál es el motivo por el que está luchando.
Los hombres han olvidado su condición de hombres,
y las mujeres se sientan en los bordes de los caminos
pensando en lo que le ha sucedido a esta tierra.
Si aquellos que están afuera no regresan,
Liberia se ahogará en estas lluvias.
Del otro lado de mi ventana, en el viejo camino de Sinkor
la lluvia golpea con fuerza para que yo regrese.
Sólo la lluvia sabe cómo llorar.
buscando a mi familia
“Buen amigo, por favor ayúdame.
¿Cuando vivías en Kataka
no habrás visto a dos niños?
Uno de ellos de piel oscura, regordete.
El otro de tez más clara y ojos negros.
¿Mi buen amigo,
no los habrás visto cuando vivías en Ganta?
Uno tendría alrededor de diez años
el otro, aproximadamente esta altura.
Mi hijo mayor, Nyema, el menor Doeteh.
¿Mi buen amigo podrías decirme
si se dirigieron a Tapeta?
¿Les entregaron fusiles, habrán matado?
¿Mi buen amigo, podrías decirme
si caminaron hacia Bassa?
¿Habrán muerto de hambre?
¿Mi buen amigo, podrías informarme
si a su lado caminaba una madre?
¿Estaba ella en buena salud, recibió buen trato?
¿Ah, entonces, mi buen amigo, fue allí
donde los obligaron a salirse de la columna?
¿Buen amigo tenían hambre
cuando se enfrentaron a su fin?
Ahora, mi buen amigo podré seguir sus pasos
y envolver sus huesos.
Gracias, mi buen amigo.
¿Pero cómo haré para reconocer sus huesos?”
LA TORMENTA
A las víctimas de la guerra civil en Liberia
Me encorvé,
agachándome.
Di un paso al costado.
Gateé
como un cangrejo.
Caracoleando
me introduje en una concha.
Me oculté, una sanguijuela
debajo de una hoja verde.
Dejé de hablar
dejé de respirar
dejé de reír.
Esperé
Que pasara la tormenta.
Medellín, 2007
Un poema para la Colombia de Fernando.
Medellín, oh, Medellín…
por Dios, quisiera poder sacarme el corazón por ti
pero ¿cómo cantarte esta canción sin un corazón?
Tú, con tanto corazón para el amor y la poesía,
para la esperanza en los ojos de la chiquilla
que, con un pedazo de papel blanco, quiere que le diga
una palabra, que lo autografíe para ella, que le escriba
a su nombre. Me dice con esa sonrisa insólita
cuanto le gustan mis poemas, pero sólo tiene 8 años.
Ella y Carlos, su hermano de cinco años, con
quien se ha abierto camino entre miles para llegar a mí.
Medellín, oh, Medellín…
donde bajamos desde la montaña
hasta el tazón de una ciudad, hasta el profundo corazón de una ciudad
tan cálida, una ciudad donde la gente aún sonríe
y aplaude a un poema, y llora por la guerra, una ciudad
en la que casas de concreto sostienen los cerros con músculos
de acero, músculos de dolor, y en algún lugar de los caminos
al paso del bus que viene del aeropuerto, los pobres han
levantado sus propias vidas tan tristemente, esperando,
y aun así, divisan la ciudad anhelantes.
Desde el filo agudo de los riscos y desde vías secundarias
las luces y llamas ardientes de la ciudad, duras
e indistinguibles de las llamas de la rabia.
Pero la de ellos se debe al dolor por los años idos.
Medellín, oh, Medellín…
la espera puede ser tan dura, Medellín.
Y te amo con el corazón. Amo tu risa,
tus tibios abrazos y besos, tu español, tan sencillamente
simple y cálido. Amo incluso las lágrimas que
has compartido conmigo, cuando un poema que leo
te toca en ese lugar a donde sólo un poema puede ir.
En el Festival Internacional de Poesía, te sientas ahí,
en el ágora de tu cerro, aplaudiendo, miles de personas,
sentadas, pensando, escuchando, esperanzadas,
Medellín, nunca antes había visto algo así.
miles de personas sentadas durante largas horas
en una lectura de poesía, Medellín…
Esperamos ese día, Medellín, lo esperamos.
Confía en mí, yo sé esperar, y sé que tú también.
Traducido por Ricardo Gómez
BREVE RESEÑA:
Patricia Jabbeh Wesley nació en Maryland County, Liberia, el 7 de agosto de 1955. Poeta, ensayista, editora, profesora universitaria y activista política que ha centrado su atención sobre la situación de los refugiados de guerra en su país. En 1990, con el estallido de la guerra civil, tuvo que abandonar su hogar junto a su esposo e hijos y trasladarse a territorio controlado por el comandante del Frente Nacional Patriótico de Liberia, Charles Taylor. En esos meses pudo testimoniar la muerte y la destrucción producida por la guerra. Habiendo perdido en la contienda a muchos integrantes de su familia y gran parte de sus posesiones, decidió emigrar a Norteamérica. Allí se dedicó, a través de lecturas de poesías, charlas y conferencias, a difundir lo que sucedía en su país y a trabajar por la paz. Es la autora de Before the Palm Could Bloom: Poems of Africa, 1998, -que relata sus experiencias durante la guerra civil- y Becoming Ebony, 2002. Su poesía narra la historia de aquellos que no pueden hacerlo y lo hace utilizando un lenguaje cotidiano. “… Mi poesía ha sido forjada por mis propias experiencias de vida: las dificultades usuales de todo niño en el África y posteriormente el horror de la guerra civil. Mi intención es dejarle al mundo mi testimonio del sufrimiento del pueblo liberiano, particularmente el de las mujeres y niños que fueron brutalizados en el transcurso de la guerra. Intercalados entre estos poemas están aquellos en los que narro mi infancia, una etapa feliz de mi vida, previa a la guerra civil, y los textos de mi experiencia como madre y esposa y de la crianza de mis hijos en el exilio alejados de su cultura y parientes. En mi poesía indago en mi propia circunstancia de poeta que hace quince años vive en el exilio y de lo que significa vivir alejada de mi cultura y país y del temor de su pérdida. Yo amo a mi país y por lo tanto me propongo narrar la historia del sufrimiento de mi pueblo. Creo que el mundo debiera detenerse hasta tanto pongamos fin a las injusticias, la guerra y los genocidios. Las imágenes que utilizo en mi trabajo provienen de mi cultura oral africana. Y, como poeta, busco el detalle vívido para que todos aquellos que me lean o escuchen puedan conectarse con aquello que deseo narrar. Creo que un poeta es un testigo de lo que sucede en nuestro planeta y su deber es dejar testimonio de ello…”
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